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Articles by David H. Roper

Alguien que entiende

El esposo de mi amiga estaba en las últimas etapas de la demencia senil. Cuando le presentaron a la enfermera que lo iba a cuidar, le tomó el brazo para detenerla y le dijo que quería que conociera a su mejor amigo: alguien que lo amaba profundamente.

No pienses más en ellos

Mis primeros años de creyente en Cristo estuvieron cargados de presentimientos. Tenía la impresión de que, cuando Jesús volviera, se proyectarían todos mis pecados en una pantalla grande, para que todos los vieran.

Con solo saber esto

En una interpretación de Fernando Ortega del himno Tal como soy, puede oírse tenuemente en el fondo la voz de Billy Graham, recordando una enfermedad que padeció y durante la cual pensó que iba a morir. Mientras meditaba en su pasado, se daba cuenta de cuán pecador era y de cómo seguía necesitando el perdón de Dios cada día.

¿Sin importancia?

Suelo conocer personas que sirven en lugares y de maneras que consideran insignificantes. A menudo, las desanima la soledad y sienten que lo que hacen vale muy poco. Cuando las escucho hablar, pienso en uno de los ángeles del libro de C. S Lewis Más allá del planeta silencioso, que dijo: «Mi pueblo tiene una ley sobre no hablar de tamaños ni de números […]. Eso hace que reverencies las pequeñeces y pases por alto lo verdaderamente grande».

Grano en la cumbre

He estado en varias cumbres de montañas, y puedo decir que allí no crecen muchas plantas. Las superficies son rocosas y están cubiertas de líquenes. Por lo general, no es un lugar donde abundan los granos.

Un corazón honesto

El otro día, mientras estaba en un cementerio, pasé frente a un epitafio en una tumba, que decía: «J. Holgate: Un hombre honesto».

Escuchar

En su libro Escuchando a los demás, Joyce Huggett escribe sobre la importancia de aprender a escuchar y responder con eficacia a situaciones difíciles. Relata algunas de sus experiencias de escuchar a personas con problemas, y menciona que suelen darle gracias por todo lo que ha hecho por ellas. «En muchas ocasiones —escribe—, no “hice” nada. Sencillamente, escuché. Llegué a la conclusión de que esto solo es una manera eficaz de ayudar a otros».

Mi clase de gente

Hace años, en una reunión en la iglesia, el pastor Ray Stedman leyó desde el púlpito el texto del día: «… No se engañen a sí mismos. Los que se entregan al pecado sexual o rinden culto a ídolos o cometen adulterio o son prostitutos o practican la homosexualidad o son ladrones o avaros o borrachos o insultan o estafan a la gente: ninguno de ésos heredará el reino de Dios. Algunos de ustedes antes eran así…» (1 Corintios 6:9-11, ntv).

¡Grita aleluya!

Hace unos días, vi a mi viejo amigo Roberto pedaleando con fuerza en una bicicleta de un gimnasio del vecindario y mirando concentrado un monitor de presión sanguínea en uno de sus dedos.

La regla de oro

Muchas religiones adoptan el concepto de la Regla de oro: tratar a los demás como te gustaría que te traten. Entonces, ¿qué hace tan excepcional la versión de Jesús sobre este asunto?